Fotografía y territorio: Gaspar Abrilot retrata la crisis hídrica del río Loa y sus comunidades
“Me imagino tu nacimiento, bajo un manto de estrellas y la luna. Con la corriente del río cantando melodías de esperanza, con el verde de tu tierra pintada por la mano de Dios. Y con tu gente, enfrentando el desafío de la soledad”. Con esa frase conmovedora parte la más reciente publicación del fotógrafo Gaspar Abrilot y el antropólogo Jorge Rowlands, “Cuando Quillagua era Quillagua”. En él los autores toman como eje central del relato los conflictos por el agua que ha impactado a un pequeño poblado de la región de Antofagasta, la que durante las últimas décadas ha sufrido con las consecuencias e impacto medioambiental que va dejando la gran minería en los territorios del Norte Grande de nuestro país. La contaminación del agua, la escasez de este mismo recurso y los impactos en la salud de quienes habitan estos lugares, son el claro ejemplo que algo no está funcionando como debería para los habitantes del lugar.
Gaspar Abrilot, fotógrafo documental chileno, se plantea sus proyectos desde la investigación territorial, adentrándose en problemáticas medioambientales, socio culturales, económicas o políticas. En este libro junto a Jorge Rowlands, su intención era realizar un proyecto fotográfico y etnográfico sobre la cuenca del Loa y la relación de los pueblos originarios con el río homónimo, “en el camino nos dimos cuenta que, si estábamos buscando respuestas sobre la crisis hídrica en toda la cuenca, debíamos también puntualizarla en un pueblo específico, para entender cómo podía impactar en una comunidad. La opción lógica era concentrarnos en Quillagua”.
El interés de retratar este pueblo surge de la investigación de Rowlands desde el año 2007, “un estudio exhaustivo sobre los aspectos historiográficos de Quillagua”, cuenta Abrilot. “El pueblo está en un complicado proceso de despoblamiento. Es importante contextualizar que, de acuerdo con antecedentes históricos, Quillagua era próspero. Un verdadero oasis que era zona de unión y encuentro de diversas comunidades de pueblos originarios que concentraban aquí su producción de alfalfa y animales, generando una rica cultura y una fuerte conexión con el río como un todo”.
Luego del cierre de las salitreras, donde Quillagua abastecía a oficinas cercanas (maíz, camarones, otros productos silvoagropecuarios), quedó fuera de la ruta del tren, el río tuvo dos grandes contaminaciones y quedó sin acceso a agua potable, convirtiéndose en el pueblo más árido del planeta (National Geographic 2002). Su población joven emigró y de a poco el pueblo se ha ido extinguiendo. “La presencia del río Loa era fundamental y los recuerdos son tan distantes que muchos habitantes, para referirse a los tiempos de abundancia y esplendor, hablan de cuando Quillagua era Quillagua”. Para los autores, este pueblo posee todas las problemáticas sociales, culturales, económicas y medioambientales existentes en Chile.
Su trabajo fotográfico sobre la cuenca del Loa generó una exposición y dos fotolibros, “A la sombra de los algarrobos” y “Cuando Quillagua era Quillagua” publicados por Ediciones Gronefot. Además, parte de esta serie obtuvo el primer lugar en la categoría Naturaleza y Medio Ambiente del Salón Nacional de Fotoperiodismo en el año 2020.
Conversamos con Gaspar sobre el proceso de este proyecto fotográfico y la interesante construcción de la narrativa visual de los libros, que incluyen fotografías familiares de la gente del pueblo y archivos de documentación de estudios ambientales y prensa.
RM: ¿Cómo desarrollas tu trabajo fotográfico para retratar una crisis ambiental, en este caso hídrica en la zona? ¿Tienes alguna metodología, digamos, etnográfica u de otra disciplina?
GA: Los procesos iniciales del trabajo fotográfico que realizo parten primero con la visita del lugar y en paralelo con mucha lectura, bibliografía y conversaciones con la gente del territorio. De esa manera me aseguro de no tener una mirada “turística” al momento de fotografiar, pues muchas veces no habito esas zonas. En el caso de este proyecto en particular, leí la tesis de antropología de Jorge “La sequía del progreso”, también revisamos mapas antiguos de la Cuenca, visité la Biblioteca Nacional para estudiar diarios y prensa desde 1880, investigamos informes medioambientales que desclasificamos a través de ley de transparencia, etc. Creo que también los viajes en carretera con Jorge tienen mucha importancia pues era en esos momentos en que conversábamos mucho sobre el proyecto, nos preguntábamos que debíamos fotografiar, como debían ser los retratos, que lugares visitar, como nos imaginábamos la publicación o la exposición. Y lo otro es que el mismo territorio te va hablando e indicando como proceder. Es fundamental estar muy atento y observar con atención.
A partir de esa metodología de investigación, íbamos seleccionando en un mapa los lugares que debíamos visitar, con qué personas conversar o retratar. Recibimos ayuda de mucha gente de la cuenca que iba aportando datos necesarios para visibilizar la problemática. Además, yo trabajo de manera muy pausada, ocupo mucho trípode, me tomo el tiempo de previsualizar la imagen, ver la luz que llega, etc. Disparo poco, usualmente hago una foto de lo que deseo fotografiar, a lo más dos en el caso de los retratos. Entonces las fotos del proyecto tienen una decisión o reflexión súper estudiada.
Por otro lado, suelo mostrar los avances del proyecto a personas que son pertinentes. Y fue grato que hubiera mucho interés de saber cómo íbamos avanzando con el registro. Jorge Gronemeyer, Páz Errázuriz, Tomás Munita o Xavier Ribas, entre tantas otras personas, estaban muy interesados y aportaron ideas que nos fueron de mucha ayuda. Por ejemplo, Xavier, un fotógrafo catalán muy importante, quien es muy amigo de nosotros, pidió revisar lo que teníamos y nos sugirió que hiciéramos un registro tipológico del río Loa, desde su nacimiento hasta la desembocadura, para que de esa manera pudiéramos apreciar cómo van cambiando los diversos pisos hidrográficos a medida que el río va pasando por valles, pueblos y comunidades. Creo que eso es muy gratificante. Y hoy, ese registro se está exhibiendo en el Centro Cultural La Moneda, como parte de una exposición colectiva sobre expediciones llamada “Trabajos de Campo”, de lo cual estamos muy orgullosos.
RM: Cuéntanos sobre el proceso colaborativo al construir el archivo de imágenes con los habitantes de Quillagua, ¿cómo aportó para la construcción del relato visual?
GA: Nosotros considerábamos que, en la publicación de Quillagua, debíamos contar con la voz de la comunidad como hilo narrativo. También creíamos que para poder mostrar cómo era la época de cuando Quillagua era Quillagua, debíamos contar con material de archivo del álbum familiar de la gente de la comunidad. El año 2017 visitamos el pueblo y le planteamos a muchas personas de Quillagua que deseábamos trabajar e incorporar el álbum familiar en la publicación. Fue triste enterarnos que varias familias le habían facilitado sus fotografías a un historiador de Antofagasta, quien estaba realizando un libro sobre el pueblo, y este nunca devolvió el material. Solo había dos o tres familias que nos pudieron aportar algunas fotografías. Pasamos horas junto a ellos viendo sus fotografías, escuchando sus historias de paseos, de picnic al lado del río, de momentos felices y tristes. Creo que es en ese momento, cuando una familia te abre su intimidad plasmada en recuerdos, que sentimos que ya éramos parte de una comunidad.
El año 2020 volví con un escáner al pueblo y pasé horas digitalizando ese material que al final nos permitió darle mayor densidad al libro. Esas fotografías le dieron contexto a los relatos orales y generaron mayor humanidad. Son como una voz que te susurra en el oído: “esto somos, esto fuimos”. Podemos apreciar como disfrutaban del río como si fuera un balneario, como cosechaban la alfalfa o recolectaban el camarón. Que música tocaban en el carnaval, etc.
RM: ¿Cómo fuiste definiendo la narrativa visual del libro?
GA: Tuvimos el privilegio de contar con Jorge Gronemeyer como editor y curador de la exposición y publicación. Él desde un principio entendió nuestro proyecto y decidió colaborar con su tremenda experiencia. Pero para mí fue muy difícil generar el proceso narrativo y de puesta en página del libro “Cuando Quillagua era Quillagua”. Habíamos realizado ya dos viajes para registrar el territorio del Loa y del pueblo. Pero sentía que no había dado con el tono adecuado. Comencé a revisar publicaciones de otros artistas, a leer más sobre Quillagua, a revisar el material de prensa, a ver documentales sobre el pueblo, etc. Tenía mucho material fotográfico, pero algo me hacía ruido. Hasta que entendí que visualmente era muy similar a la otra publicación “A la sombra de los Algarrobos”.
Entonces decidí hacer un último viaje y me fui 30 días a Quillagua. Me llevé las fotografías impresas en pequeñito para revisarlas en el pueblo y varios libros que había comprado. La primera semana no sabía que hacer, revisaba las fotos en la mesa de la casa de Víctor Palape, el presidente de la comunidad aymara de Quillagua, o me sentaba bajo un algarrobo del pueblo, con una botella de agua y pensaba y pensaba. Al final comencé a hablar con algunas personas del pueblo y pedí que me indicaran lugares específicos. De esa manera comencé un registro que apelaba al recuerdo de la época de esplendor del pueblo, generando un cruce con la actual condición de problemática ambiental que sufre Quillagua.
Al volver a Santiago, revelé y digitalicé los rollos, imprimí las fotos y comencé a pegarlas en un muro de mi casa. Volví a leer las entrevistas que habíamos realizado durante años a la gente del pueblo, comencé a seleccionar frases o pequeños relatos que me parecieron interesantes y a partir de ellos estructuré un esqueleto. De esa manera logré plantear una historia poética de un pueblo prístino y bello, pero que a medida que vamos leyendo esos relatos y su visualidad, nos vamos dando cuenta que en realidad es una comunidad que está sumida en un grave proceso de crisis medioambiental y sociocultural. El incorporar los documentos facsimilares y de prensa está pensado para dar mayor credibilidad a esta situación, al mismo tiempo que planteamos que esta problemática pudo haberse evitado.
RM: ¿Con respecto a ese punto en el diseño del libro, por qué deciden incluir el contraste entre los registros de los diarios y prensa y los archivos personales de los habitantes de Quillagua?
GA: Cuando ocurrió la contaminación por xantato el año 1997, se realizaron informes de análisis (por parte de Codelco) que establecían que el daño ambiental era por causas naturales. Luego una universidad de Antofagasta hizo un importante estudio que arrojó resultados diametralmente opuestos. En esos análisis aparecían altas concentraciones de xantato, detergentes, arsénico y elementos químicos usados por la industria minera. El xantato es un químico usado en el proceso de lixiviación del cobre. Todos esos químicos y sedimentos estuvieron acumulándose durante 70 años en el tranque Sloman, hasta que la crecida por lluvias del invierno altiplánico impactó en los 40 metros de altura del muro del embalse e hizo que todo rebalsara y llegara a Quillagua. El desastre fue total y es quizás una de las contaminaciones más graves de la historia de Chile. Revisando todos los documentos y prensa de la época, así como documentos biográficos del tranque Sloman, dieron como conclusión que ese desastre pudo ser evitado. Tenemos cartas de autoridades pidiéndole al dueño del tranque que limpiara la represa. Y nunca se hizo. Eso, sumado a la nula regulación medioambiental de la cuenca, pasó lo que pasó… bueno, la historia se cuenta sola.
Entonces para nosotros era importante incorporar esos documentos para entender cuál es la causa de porque Quillagua pasó de ser el gran oasis del desierto, a convertirse en un pueblo que está gritando en el silencio de Atacama. Estos documentos están insertos entre fotografías del canal uno y canal dos, estos eran los canales de regadío para la agricultura. Y hoy ves que esos canales están completamente secos y eso es producto de la contaminación y la extracción indiscriminada del agua por parte de la gran industria.
Las fotografías del álbum familiar y los documentos facsimilares se incorporan para darle un aire más poético y humano, pues es la comunidad quien está narrando su historia. Me fascinaba la idea de lo facsimilar, de que el lector del libro pudiera tomar una de esas fotografías y transportarse o tener la misma sensación que yo sentí al momento de revisar el archivo real. Dar vuelta una de las fotos y darse cuenta que es una polaroid, y sentir esa materialidad, incorporar el gesto. Lo mismo la partitura o el canto a san Miguel Arcángel. Son todos elementos que la gente de Quillagua atesora, porque son sus recuerdos más preciados de una época de esplendor que no volverá. Y deseábamos que el lector tuviera esa misma experiencia. Leer los poemas, levantar una foto y leer el relato que está debajo. Revisar la prensa y darse cuenta que esta tragedia pudo haberse evitado.
RM: ¿Por qué tomaron la decisión de separar este proyecto en dos libros, el primero “A la Sombra de los algarrobos” y el segundo “Cuando Quillagua era Quillagua?
GA: Cuando comenzamos el proyecto, solo teníamos en mente hacer un registro o investigación sobre la cuenca del Loa y sus comunidades. Luego se nos ocurrió que aprovechando que estábamos en esa región, debíamos hacer algo con Quillagua. Algo que contara de qué manera la contaminación afecta a una comunidad. Luego nos pusimos ambiciosos y decidimos hacer un registro tipológico de todo el río Loa. La idea era evidenciar de manera clara como la contaminación va afectando a los diversos pisos hidrográficos.
En nuestra mente la idea era hacer dos libros y un librillo del río. Al final, Gronemeyer tuvo la idea que solo fueran dos libros, y que el registro del río estuviera al interior de la publicación “A la sombra de los Algarrobos”. Que fuera un elemento que separara el alto Loa del Bajo Loa. Y creo que fue la mejor de las ideas. Tener dos libros permite darle una densidad mayor al proyecto, pues cada uno tiene textos que van profundizando en sus problemáticas particulares. En términos de diseño da la sensación que fueran iguales. Pero son como libros gemelos, cada uno tiene su propia personalidad. Cada uno tiene sus gestos o detalles editoriales que los hace muy interesantes.
RM: ¿Cuál es la diferencia entre el libro “A la sombra de los algarrobos” y “Cuando Quillagua era Quillagua?
GA: El primero es un libro más de registro sobre un territorio cruzado por el río más largo de Chile. Un río que está siendo olvidado. Y su importancia estratégica es vital pues es la única fuente de agua que llega al mar en más de 800 km de norte a sur, generando con ello un polo de asentamiento de culturas prehispánicas andinas, especialmente en los oasis de Quillagua, Calama y Chiu Chiu. La intención es evidenciar que, si bien la problemática del agua está vinculada a un período de sequía “natural”, es la intervención y apropiación industrial de los afluentes superficiales y subterráneos de la cuenca lo que está generando un desastre medioambiental que ha provocado la progresiva migración de sus habitantes, la desaparición de poblados, costumbres y modos de vida. En su narrativa visual buscamos observar y retratar esta problemática medioambiental de un paisaje y territorio que ha sido permanente e históricamente producido a través de configuraciones sociales, territoriales e hídricas.
Cuando “Quillagua era Quillagua” es un libro más íntimo y poético. Con más corazón, pero muy triste y doloroso de leer. Las cuatro primeras fotografías con las que parte el libro representan cada una de las líneas del párrafo inicial. Te transportan a este valle y retratan a un poblado que se sitúa entre cerros marcados por geoglifos y cruces andinas en las laderas, en una de las zonas más áridas del planeta. Sus habitantes son gente aguerrida que ha luchado por años para ser escuchados. Y creemos que esta publicación busca ser un tributo a un pueblo que está desapareciendo. Nosotros esperamos que Quillagua pueda volver a ser el oasis del desierto, y sus habitantes mantengan sus tradiciones como sentido de identidad, pero el futuro no se ve muy esperanzador.
RM: ¿Cómo creen que aporta visualizar la situación ambiental en Quillagua desde la visualidad, utilizando fotografía y un elemento como el libro?
GA: Es importante que nos hagamos cargo de impulsar y desarrollar este tipo de proyectos. Para mí es un disfrute, un desafío, mucha energía y dedicación. Pero a decir verdad es que siento que no es suficiente, después del resultado del plebiscito siento que quienes estamos haciendo estos proyectos estamos sumidos en una burbuja donde poca gente accede. Por ponerte un caso, la exposición se inauguró en Antofagasta, una ciudad de casi 400.000 habitantes y solo asistieron 30 personas a la inauguración. Solo el Mercurio de Antofagasta publicó una pequeña nota que hablaba de “fotógrafos captan belleza en torno al cauce del Loa”. Belleza. Y lo que nosotros estábamos mostrando era la terrible situación medioambiental de la cuenca. Entonces es una gran decepción. Es muy complejo generar el proceso de difusión de un proyecto de esta envergadura. Uno llega muy cansado al proceso de mostrar la obra. Y además el Estado no aporta a brindarte un apoyo en ese sentido. Ni los municipios. Y para algunos que creíamos en aprobar el nuevo texto quedamos bastante devastados.
Pero creo que hay que continuar, hay que volver a armarse y seguir con este tipo de iniciativas. Sabemos que al proyecto le ha ido bien afuera: tuvo una exposición en Uruguay en un Congreso Latinoamericano de Antropología, nos publicaron artículos en Alemania, Francia y Japón. Además, la publicación ha sido muy elogiada por diversas editoriales de Sudamérica. Eso nos tiene felices. Pero sentimos que acá no está teniendo el verdadero impacto que debería, pues es un conflicto muy grave que nos convoca como país. Y quizás la responsabilidad la tenemos nosotros los artistas pues debemos reflexionar en la forma que estamos impactando. Siento que por muchos años solo estábamos en una burbuja mirándonos el ombligo y pensando que estábamos haciéndolo bien. Y no es así. Hay un deber en la forma en que debemos generar el traspaso de conocimiento. Creo que eso es lo que estoy tratando de entender.
Instagram: @gaspar_abrilot