Federico Lagomarsino, el arquitecto que vio caer un meteorito (y le construyó un museo)
El curador responsable del envío nacional de Uruguay a la 17º Bienal de Arquitectura de Venecia (2020-2021) llegó a principios de este año a una residencia artística en Pueblo Edén con la convicción de construir un teatro iluminado por luz lunar, pero los cielos nublados de Maldonado quisieron otra cosa. Maldiciendo su mala suerte, el arquitecto y artista se sorprendió diciendo “¡lo único que falta ahora es que caiga un meteorito!”. Y finalmente se abocó a eso. Reconstruyó el cráter que generaría un impacto de meteoro en ese paisaje y armó un museo donde él mismo trabajó como guía. Así nació Yo lo vi caer (2022), un proyecto que cruza arquitectura, arte y especulación.
Cuando el arquitecto uruguayo Federico Lagomarsino llegó a la residencia artística Portal de Luz, en el Pueblo Edén, cerca de Maldonado, venía con una idea clara: iba a construir un teatro que se iluminara exclusivamente con luz lunar. La inspiración venía del Théâtre de la Pleine Lune, del director de ópera y arquitecto francés Humbert Camerlo quien en 1987 creó un juego de espejos para iluminar –con la luna– una pequeña escultura que tenía en la terraza de su casa. Camerlo luego transformó ese experimento en un enorme proyecto de investigación interdisciplinario, que fue desarrollado y construido junto a físicos, arquitectos, artistas, músicos, escritores, coreógrafos y bailarines. Su Théâtre de la Pleine Lune se erigió en una granja remota al sur de Francia, un lugar ideal porque la contaminación lumínica era baja.
Con esa idea en mente, Lagomarsino viajó a principios de este año a la chacra Portal de Luz, a pocas horas de Montevideo, invitado a hacer obra en torno al paisaje. Aunque es arquitecto de formación, Federico tiene una importante carrera de práctica artística que no considera disociada de su trabajo arquitectónico. El año 2020 y 2021 fue el curador responsable del envío nacional de Uruguay a la 17º Bienal de Arquitectura de Venecia y a lo largo de su carrera ha explorado de manera interdisciplinaria en diversas investigaciones. Es metódico, curioso y detallista. Y confiesa que le interesan los cruces del espacio, el relato y la dimensión social de las obras.
Aunque la idea del teatro de luz lunar le encantaba, todas las primeras noches de su residencia estuvieron nubladas, lo que alteró su plan inicial. A eso se sumó a una serie complicaciones prácticas que ya estaba teniendo con emplazar una versión del Théâtre de la Pleine Lune en el terreno de Portal de Luz. Y un día, frustrado, dijo: “Ahora lo único que falta es que caiga un meteorito”. E inmediatamente pensó: “¿Quizás esto es?”. Así que descartó la idea del teatro y empezó a evaluar cómo sería “construir” un sitio arqueológico, fundado a partir de una ficción posible, en que hubiera caído un meteorito en ese paisaje remoto.
Se dio cuenta que para esto necesitaría trabajar de forma inversa a como lo hacen cuerpos celestes que efectivamente sí han chocado con la Tierra. Primero había que “crear” un cráter y luego encontrar una pieza sólida que representara al meteorito que había producido ese impacto. “De alguna forma, con el teatro de la luna llena ya estaba mirando hacia arriba y venía pensando en un cambio de escala, así que esto no era tan alejado”, cuenta Lagomarsino, quien desde su paso por Venecia había quedado muy atraído por el proyecto Design Earth, una investigación realizada por Rania Ghosn y El Hadi Jazairy que involucra diseño y arquitectura especulativa para hacer pública la crisis climática.
“Vi lo que presentaron en la Bienal de Venecia y me conmovió el esfuerzo crítico de hacer una obra de escala planetaria”, cuenta Lagomarsino. “Entonces, como yo quería realizar una obra que se inscribiera en un tiempo geológico, la idea meteorito me pareció atractiva. No sólo porque le abría otro tiempo al suceso, sino porque cada vez le doy más importancia al tiempo de las obras”, dice. “En arquitectura los proyectos no se realizan de un día para el otro y en el arte tampoco. Con el paisaje de la chacra, me llevó un tiempo adecuarme. Me tomé varios días para comenzar a operar de forma creativa en ese territorio”, recuerda. Durante sus caminatas por el lugar definió una serie de hitos que marcaban el paisaje, uno de ellos era una antigua casa en ruinas. “Su potencia era que, vinculada a la idea del meteorito, me permitía construirle una ficción a lo que ahí había pasado”, explica.
Así comenzó a cavar el terreno con una retroexcavadora y a entender, en la práctica, cómo se hacía un cráter, con todas sus hallazgos técnicos inesperados y dificultades. “La verdad es que no fue fácil y la obra en ese estado inicial, como intervención y sin meteorito, ya tenía una dimensión escultórica y paisajística potente. Pero me interesaba construirle un relato a este cruce entre la arquitectura y el arte”, dice Federico. “Y la caída de un meteorito era una historia perfecta para analizar los discursos sociales que surgen cuando algo pasa”.
El arquitecto pone como ejemplo la construcción de un estadio, que puede ser una buena noticia para unos y una mala noticia para otros. “Se anuncia que se va a hacer el estadio y salta un partido político cuestionando el uso de los fondos públicos. Inmediatamente una comunidad del barrio muestra interés, pero por seguridad no quieren que se construya cerca de sus propias casas. Al mismo tiempo aparecen proyectos inmobiliarios que se acercan al proyecto del estadio y un grupo de manifestantes del medio ambiente está en contra porque el estadio va a generar un impacto en el vuelo de las aves”, explica entusiasmado Lagomarsino.
Para él este tipo de acontecimientos de gran escala visibiliza, a través de la arquitectura, una fotografía social de lo contemporáneo. “Si el meteorito efectivamente hubiera caído aquí, los alcaldes se hubieran manifestado, posiblemente se habría generado una sociedad de amigos del meteorito y alguien le hubiera encontrado una dimensión religiosa. Todos tendríamos algo que decir. Incluso yo, como arquitecto y como artista, tendría que entender dónde me ubico con respecto a este suceso”, dice.
¿Y por qué, entonces, hacer un museo?
La verdad es que los museos son instituciones bastante nuevas, de unos pocos cientos de años. Como infraestructuras culturales son programas nuevísimos y eso, creo, permite intervenirlos. Volver a pensarlos. Digo, re-pensar en una metodología de ir narrando lo que pasó y cruzar el propio cuerpo con experiencia y espacio. Yo no me considero un performer, pero en todos mis trabajos pongo el cuerpo. Y he trabajado siempre con la idea del relato. Así que, en este museo que me imaginaba, cabían todas estas posibilidades. Además, en enero se había inaugurado también el Museo de Arte Contemporáneo Atchugarry (MACA) en Manantiales con una colección de arte impresionante y una exposición inaugural de Christo & Jeanne-Claude. ¿Cómo íbamos a competir con eso? Pues acá tendríamos un meteorito.
El término meteoro viene del griego μετέωρος o meteoros, que significa “fenómeno en el cielo” y se suele emplear para describir el destello luminoso que acompaña la caída de materia sólida del sistema solar sobre la atmósfera terrestre. Pero en el proyecto que estaba planeando Lagomarsino había algo que, por más que viniera del cielo, remitía irrevocablemente al suelo, a la tierra. “Me di cuenta que todas las piedras que hay en la Tierra, en algún momento fueron un meteorito”, reflexiona. “Y esa era una verdad que sólo se podía decir de determinada forma, en determinado contexto. Para mí, se materializó a través de la performance de representar a un guía turístico que le explicaba esto a los asistentes del museo”.
Moviéndose en un filo entre realidad y ficción, Federico realizó una serie de tours por el que denominó el Primer Museo y Sitio Arqueológico Meteorito y, durante los recorrido, él como “guía” relataba las consecuencias de la caída del meteorito: desde las reacciones de los vecinos hasta los intentos de vandalismo y las primeras investigaciones científicas que había generado. Les explicaba a los asistentes las posturas religiosas, el acercamiento de grupos esotéricos a la zona y la consolidación como sitio de peregrinaje que había provocado. “Me interesaba reflexionar ahí mismo, en vivo, con los visitantes sobre las noticias falsas y el impacto en el medio ambiente”, dice.
¿Y cómo reaccionaban las personas que iban a los tours?
Hasta cierto punto había una complicidad con la ficción. Las personas creían que realmente iban a ver un meteorito y como había un largo peregrinaje, en esa caminata se generaba una expectativa. Por un lado el tour tenía una dimensión ficción, pero por otro había algo muy real. Ese intermedio me pareció muy fascinante porque todos éramos partícipes.
Si le pudiéramos preguntar al guía del museo, ¿cómo fue ver caer el meteorito?
El guía diría que primero vio una luz en el cielo e inmediatamente escuchó un gran impacto.
¿Y luego?
Luego, sintió felicidad.