Revista Materia
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Biofabricación Digital: ¿utopía?

PorDanisa Peric 19 octubre 2021

(…) al planeta le tiene sin cuidado la política y la economía.

Sergio Missana, «Última salida. Las humanidades y la crisis climática».

 

Es claro que la crisis climática nos exige impulsar transformaciones profundas que nos permitan reducir el impacto que genera nuestro modo de vivir, producir y consumir. En los últimos 100 años -al menos- hemos vivido desconectados de todo lo demás, como si nosotros, junto con nuestros artefactos y tecnologías, constituyéramos un sistema ajeno al resto de los ecosistemas. En esta ilusión de autonomía, los demás agentes (no humanos) sobreviven subordinados y utilitarios en función de nuestros propios deseos: un árbol es madera, una roca es metal, una manzana, comida. Pero en el bosque, un árbol es madera al mismo tiempo que una casa, alimento, sombra, protección ante la erosión, capturador de carbono y liberador de oxígeno. En colaboración con una extensa red de hongos micorrícicos, intercambian nutrientes para mantenerse vivos. De secarse y caer, son los hongos junto con las bacterias, los que los descomponen y reintegran. Se trata de un sistema resiliente y sin residuos, frente al cual parecemos estar ciegos.

En una cultura de hiper consumo y sus consecuencias como actividad desenfrenada, hoy es urgente un regreso a una escala humana. Pero el desarrollo tecnológico ha extendido nuestro impacto y su uso actual ha alterado buena parte de las categorías que nos habían guiado durante el siglo XX, con ello el concepto “escala humana” hoy resulta ambiguo y repleto de matices. Sin ir más lejos, la crisis socioambiental, demuestra que la estructura antropocéntrica que nos ha gobernado está en su estado terminal, por ello es momento de comenzar a plantear alternativas bajo lógicas completamente distintas.

En relación con esto último el informático y filósofo chino Yuk Hui en su libro «Fragmentar el Futuro, Ensayos sobre tecnodiversidad» (Caja Negra, 2020) no busca solamente poner en valor el mero concepto de la diversidad, sino desafiar el modo en que se ha comprendido la tecnología durante el siglo XX. Esto es de interés ya que lo que propone este artículo, pensar en la biofabricación como un modelo alternativo de producción, exige este desafío y, más aún, pensar el desarrollo de las tecnologías desde el Sur para el Sur. Para que las tecnologías se transformen en herramientas sociales que impulsen una necesaria nueva ecología humana es importante superar la idea reduccionista de “la tecnología”: esa caja negra generada en el norte y que es percibida como ajena, autónoma e incluso como un ente de control. Como apunta la directora de la Fundación Saber Futuro (@saber.futuro), Paula Espinoza, siguiendo a Yuk Hui, entre otros, lo anterior implica un cambio de paradigma, que supone que no toda tecnología es la creación de un dispositivo en un garage de un hombre blanco del primer mundo que apunta a ser un nuevo producto de consumo. De ahí que resulte imperativo comenzar a hablar de “las tecnologías”, de manera de reconocer su diversidad y genealogía, con el fin de apropiarlas, ser parte de su construcción y utilizarlas con un procomún.

Las tecnologías no son solo robots y computadores, son un conjunto de conocimientos, saberes y técnicas vinculados a fenómenos históricos. En este sentido, hoy podemos -y debemos- encauzar el desarrollo de las tecnologías como una vía para lograr un comportamiento sistémico, por medio del trabajo en red, la apertura del conocimiento y la reconexión con el entorno a través comunidades que superan lo territorial. Desarrollar una visión y versión de las tecnologías desde el Sur es una oportunidad de integrar nuestra propia historia, conocimientos, saberes, anhelos y dolores en este momento de transición, separándonos de la obligada estructura mercantilista que nos ha transformado en una gran masa marginal sin voz dentro de una estructura global (Galeano, 2020), y abriendo posibilidades a germinar una nueva manera de organizarnos, mucho más parecida a esa red de árboles y hongos en el bosque.

Ezio Manzini, en su libro Cuando todos diseñan (2015) y a propósito del famoso texto Lo pequeño es hermoso (1973) de Ernest Schumacher, reconoció que en ese año “lo pequeño, a lo que Schumacher hacía referencia, era realmente pequeño y tenía escasas posibilidades de influir a una escala mayor, y lo local, era demasiado local porque se mantenía aislado de otras comunidades también locales”. Según Manzini lo que planteaba en esos años Schumacher era imposible. Sin embargo, en virtud de que el contexto global ha cambiado profundamente en estos últimos cuarenta años, se puede decir que se vuelve posible gracias a la integración de comunidades creativas y sistemas en red: “el contexto hoy, es sorprendentemente distinto, porque – gracias a las tecnologías – lo pequeño puede influir como parte de una red global más grande y lo local queda abierto a los flujos globales de personas, ideas e información. En otras palabras, hoy es posible decir que lo pequeño no es tan pequeño y que lo local ya no es tan local”, y esto es posible extrapolarlo a las iniciativas que están brotando actualmente en los bordes del sistema.

Biofabricación Digital: ¿utopía?

©Anaïs Weil

Biofabricación Digital: ¿utopía?

© Mercedes Baldovino

Desde aquel escenario nos preguntamos ¿es posible, a esta altura, proyectar nuevas ecologías humanas en donde en conjunto con otros agentes la materia fluya y se reintegre de un sistema a otro? ¿Podemos desenvolvernos de forma distribuida, sistémica e integrada sin caer en propuestas eurocentristas como el decrecimiento, que no calzan en una Latinoamérica que de eso poco tiene? ¿Tiene América Latina una voz para plantear escenarios futuros con sus propios conocimientos y tecnologías?

En el ámbito de la cultura material, para encaminarse hacia prácticas más simbióticas una alternativa es desmaterializar la producción. Una vía para ello es utilizar residuos de otras acciones humanas vitales como la alimentación como un recurso creativo que permita seguir construyendo cultura material en su justa medida. En ese camino, un choclo latinoamericano con sus granos, es alimento, pero luego de comido, pueden su coronta y hojas ser transformados, por ejemplo, en indumentaria con alto filtro UV, o fibrosos textiles para exterior, o como plantea Anaïs Weil a través de su práctica profesional de diseño en el FabLab U. de Chile, materia prima para la fabricación de albergues para abejas en Linares, los cuales en su forma natural han desaparecido debido a la tala indiscriminada de árboles en la zona. Al final de sus diversos ciclos de vida, podría reintegrarse a la tierra de diferentes formas y naturalmente aportar con sus nutrientes.

Desde las disciplinas creativas se le llama biofabricación a ​​la acción de cocinar o cultivar materiales al mezclar ingredientes orgánicos o bien, al inducir procesos biológicos de morfogénesis. Biofabricar puede ser cocinar un biopolímero con hoja de choclo y almidón de cáscara de papa, para así obtener un film translúcido con alto filtro UV y biodegradable, o bien, hacer crecer micelio de hongo alimentándolo con borra de café, para así obtener un material con resistencia similar al plumavit de alta densidad y regenerativo. La utilización de ingredientes endémicos, residuales y abundantes, la concepción del material como un nutriente y la colaboración con agentes naturales a través de procesos biológicos podría cambiar el escenario desde donde emerge nuestra cultura material en la medida en que suceda de forma distribuida y en una mayor escala.

En ese contexto surge el proyecto Nodo BioFabricación Digital*, liderado por la comunidad FabLab U. de Chile, que consiste en el diseño, documentación y diseminación de una red de laboratorios creativos de código abierto para el suprarreciclaje de residuos orgánicos, que asisten la fabricación distribuida de biomateriales y bioproductos, a partir de residuos procedentes de las redes de alimentación. El nodo es proyectado para ser ubicado cerca de donde se generan los residuos, integrándose al tejido social y agrícola de cada localidad, haciendo aparecer la diversidad territorial. Cada laboratorio incorpora un set de herramientas y tecnologías de bajo costo y formato escritorio, para abordar diferentes procesos de biofabricación, tales como impresión 3d, rotomoldeado y termoformado de biomateriales.

La Biomixer, el corazón del Nodo, es una máquina que permite dispensar, calentar y mezclar ingredientes con precisión, y funciona junto a una web, que calcula y ejecuta recetas a partir de porcentajes y cantidades. A futuro se espera que la máquina sea capaz de variar las fórmulas de acuerdo a propiedades de materiales que solicite el usuario, gracias a la aplicación de redes neuronales. La Biomixer hoy funciona intercalando operaciones digitales y análogas, con el fin -y a diferencia de la producción industrial-, de mantener embebido al usuario durante todo el proceso, el que podríamos definir como una colaboración entre la máquina, el humano y los agentes naturales.

Pero más allá de permitir la replicabilidad de fórmulas y de dispensar con precisión, la mayor potencialidad de esta tecnología está en poder articular redes de inteligencia colectiva, donde comunidades de pequeños biofabricadores distribuidos, pero conectados, puedan ejecutar directamente fórmulas y compartir hallazgos, propiedades y procesos entorno a la fabricación de materiales y bioproductos que integren una narrativa local. Puede ser también esta una manera híbrida de abordar la escala para integrarse a lógicas de transición.

El proyecto Nodo BioFabricación Digital emerge originalmente como una iniciativa para hacer frente a la crisis climática desde el ámbito de la producción y el planteamiento de una nueva relación con la tecnología, pero últimamente se ha transformado en una herramienta que nos ha impulsado como comunidad a reflexionar y especular en torno a modelos alternativos transitorios desde el Sur. Biofabricar en red, utilizando ingredientes abundantes como aquellos sobrantes de otras acciones vitales como la alimentación humana, podría ser uno de los muchos caminos para comportarnos de forma más sistémica, simbiótica y colaborativa, tal como lo hacen los demás agentes de la naturaleza.

 


* Proyecto financiado por el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio.

Fotos: Mercedes Baldovino, Anaïs Weil.

Biofabricación Digital: ¿utopía?

© Mercedes Baldovino

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