¿Para qué y quién diseñamos?
El ser humano ha creado artefactos e invenciones para habitar nuestro planeta desde su origen. Hemos creado invenciones que han definido nuestro modo de vida, como la imprenta, la ciudad, la televisión o los computadores personales u otras bellas y transformadoras como un Ipod, el Pabellón de Barcelona de Mies van der Rohe y Lilly Reich o el Coliseo Romano, todo, en un transcurso que en los últimos ciento cincuenta años se ha visto acelerado.
Pareciera que las transformaciones producidas por el ritmo de desarrollo tecnológico actual no tendrán pausa, siguiendo un ritmo vertiginoso. Pese a los grandes avances, lidiamos con conflictos complejos, que ponen a prueba la viabilidad del modo de vida generado por la humanidad. La actual pandemia, ha sido un gran reservorio de experiencias valiosas que nos han puesto a prueba, demostrando que la colaboración nos dará mejores resultados que la competencia.
Diseñamos como si nada estuviese interconectado, diseñamos, pensando que la realidad es la que define el crecimiento económico, con la perspectiva humana como la única válida. Antes de levantar una nueva construcción, utilizamos elementos superficiales para componer una nueva realidad, y obviamos lo que no consideramos relevante para la abstracta vida moderna; las aves que vuelan alrededor son parte del paisaje, no de un ecosistema que posee flujos que permiten crear nichos ecológicos, no consideramos los insectos que enriquecen la fertilidad de la tierra, no aceptamos los surcos del agua, nos sentimos invadidos por el medio, por lo que culturalmente nuestras estrategias para diseñar nuestra realidad adolecen de comprensión de los fenómenos complejos, dinámicos e interconectados que se desarrollan en el devenir biológico y del cuál somos parte.
Nuestro modo de vida, condicionado por el consumo, nos impide diseñar para relacionarnos con lo viviente, diseñamos para nuestras abstracciones. Por ello, somos ineficientes, pensando que somos eficientes. Por ejemplo, la industria de la moda rápida, es eficiente en términos económicos, pero es ineficiente desde el punto de vista ecológico. Hemos cubierto con tierra la entropía generada, incluso algunos como Jeff Bezos la quieren enviar fuera del planeta, como si la naturaleza sólo fuese contenida por la biósfera
Hoy, el capitalismo ha ejercido una presión ideológica para desprenderse de la homeostasis inherente, reemplazándola por una económica; lo humano ya no es relevante. Esto es, si consideramos la vida como un proceso ecológico y simbiótico, el marco neoliberal está fuera de cualquier relación con la vida, le niega.
El problema estructural de la crisis socio ambiental que vivimos, es ante todo filosófico, espiritual, y está lejos de una circunstancia meramente técnica.
Éstas circunstancias críticas que ponen en juego la viabilidad de la especie humana, radican en un ideario sustentado en el ser humano, no en el ser viviente; lo viviente no acabará con nosotros, su devenir es mucho más grande que nuestra presencia.
Para diseñar el nuevo mundo, uno que sea viable, debemos diseñar sistemas y tecnologías que se acoplen al ecosistema queriendo ser parte de él, no queriendo controlarle, entendiendo sus ritmos, no imponiendo los propios, comprendiendo que nuestra presencia es tan importante como la de todos los seres vivos que habitan un territorio. Debemos crear sistemas y tecnologías que regeneren el medio, que transformen las ciudades en grandes productoras de alimentos, creemos artefactos para nutrir nuestros océanos, abrirnos a transformar parques urbanos en bosques con especies nativas; debemos reconocer en la sabiduría de la naturaleza las estrategias que permitan su regeneración y con ella, la nuestra.
Crear el nuevo mundo, no es cosa de poetas, artistas, filósofos o activistas, no es algo retórico, no es algo publicitario, es una dimensión que queramos o no, las crudas circunstancias globales nos obligarán a hacer, retomar la senda de la humildad ante la naturaleza, ya sea en el planeta Tierra como en Marte.
La experiencia que hemos desarrollado en el Centro de Innovación y Diseño Avanzado, como también en su minuto en FabLab Santiago, ante todo, ha sido colectiva. Ese principio, es fundante, irreductible. Desde esa perspectiva y sin disciplinas en particular, el trabajo se centra en los intereses propios de las personas que definen una organización, desde ahí, nos preguntamos, desde ahí evaluamos. Otro elemento que se suma a lo anterior, ha sido una cierta ética respecto a el tipo de pregunta, es decir, el qué nos parece relevante y qué no, está enmarcado por la realidad, por el entorno, por el conflicto permanente. Por ello, históricamente nos hemos motivado por fenómenos asociados al cambio climático, la educación y aprendizaje, como también la democracia o las formas que nos organizan. Un último elemento decidor, ha sido poner en valor el diseño, la tecnología, el hacer, a través de un flujo emergente. Esto último quiere decir que exploramos con métodos abiertos, adaptables, entendiendo como fin último que la gran capacidad que posee la acción desde el diseño es su capacidad para administrar complejidad desde la síntesis del proyecto. Esa complejidad nos merece templanza, tanto para lidiar con un país complejo para explorar en sus entrañas, como por las inefables frustraciones que el error genera en cada paso.
Nos hemos equivocado mucho, nos han traicionado inclusive, pero, nuestro viaje se mantiene por la convicción que nos mueve a todos los que hoy pertenecen a esta organización: la transformación que nos dirija a un mundo viable.
David Cavallo, ex director del Future Learning Group de Media Lab MIT, actual miembro de nuestra organización, siempre comenta que en su minuto en los albores de la gestación de aquel centro, algunos viejos maestros condicionaban la participación de las personas en algún proyecto no por su capacidad técnica, sino más bien en si eran buenas personas. Esto, está roto en la actualidad, nuestra sociedad moderna está estructurada en torno a la competencia como un factor constante en nuestro sentido de la realidad, pareciera que todo está condicionado por ello.
Nuestro espacio, con éxitos y derrotas, busca hoy más que nunca trabajar en proyectos con buenas personas, formar equipos que nos permitan todos y todas crecer, aportar. Hay cierta utopía, pero también hay gesta, y ahí encontramos la dignidad que nos permite seguir buscando respuestas a temas que en nuestro país abandonamos hace décadas.
Chile, era un país muy pobre, pero tenía ideas propias, o al menos, buscaba responder a sus conflictos con sus capacidades. Sí, tenía muchos vicios que en la actualidad nos tienen nuevamente muy dispersos, pero había una energía que permitió innovar y crear con cierto atrevimiento en materias no condicionadas por el mercado. Hoy, en un país que desprecia la educación, la innovación, la investigación y la cultura, existen espacios que marginalmente hemos contribuido a crear una escena que reivindica el hacer sin burbujas disciplinares, que buscan contestar preguntas relevantes o de interés público y que el modelo impide tanto al mercado como al estado acercarse a contestarlas.
Actualmente, estamos diseñando y desarrollando proyectos que utilizan al diseño como una herramienta para distribuir valor. Por ejemplo, el proyecto Plenario es una plataforma abierta de datos que recopila dimensiones y elementos que pueden definir y afectar la calidad de vida urbana y su desarrollo. Para esto, se monitorean las condiciones medioambientales de la ciudad y sus barrios y se integran datos públicos. El proyecto lo estamos validando en la Región de Antofagasta, cuenta con una plataforma que permite visualizar la información y con una serie de equipos creados por Cinnda que permiten por ejemplo, tener una red de monitoreo medio ambiental de bajo costo y consumo energético, permitiendo que gobiernos locales puedan diseñar planes de adaptación y/o mitigación al cambio climático.
Otro ejemplo es el proyecto SIRIO, que en compañía al Laboratorio de Exploración Aeroespacial de la Universidad de Chile, nos permite estar creando soluciones tecnológicas para fomentar y fortalecer la investigación astrobiológica a través de nano satélites. En estos dos proyectos, emergen nuestros intereses, nuestra cultura transversal a disciplinas, nuestras preguntas y eventualmente nuestra coherencia.
Según Nicola Spaldin, Profesora de Teoría de Materiales en ETH Zürich, “los verdaderos avances que cambiarán el curso de la historia, no provendrán de iniciativas para mejorar los materiales o los dispositivos existentes, ni para avanzar en tecnologías que ya han sido identificadas. En lugar de eso, vendrán individuos poco convencionales o de pequeños equipos de investigación básica que empujarán los límites del conocimiento en direcciones en las cuales todavía no hay siquiera una explicación”1
Nuestra condición reflexiva como colectivo es propia de los márgenes, se siente cómoda en esos rincones, nos permite contestar un email si cualquier persona nos escribe, nos ha permitido crear un pensamiento propio, original. Nos ha permitido crear un espacio al que han llegado o pasado arquitectos/as, diseñadores/as, artistas/as, aficionados/as, ingenieros/as, programadores/as, sociólogos/as, estudiantes, entre otros múltiples seres motivados por la curiosidad, el hacer, el cambio y quizás la necesidad de sentirse útiles. Entendemos aquella sentencia como una manera de acercarnos a la transformación desde el hacer, ingenuo a veces, pero con convicción después de una década.
Desde este margen, sentimos que eventualmente podemos contribuir.