Post Polished: ¿podremos redefinir una nueva belleza?
Desde hace décadas, el concepto de belleza que se ha ido traspasando generación tras generación está asociado a lo terso, lo pulido, lo brillante, lo suave, pulcro y reluciente. Como si todo gesto de textura, arruga, pliegue, grano o porosidad fuese doloroso, cualquier accidente en una superficie que genere resistencia al tacto es considerado “sin belleza”, sin ir más lejos, desde el origen etimológico del término en latín; nulla pulchritudo.
Y esto sin duda pesa, pesa en el imaginario colectivo y se ha arraigado en la memoria emotiva de Occidente. Toda esta información visual forma parte de nosotros y la hemos digerido desde las estatuas de perfecta musculatura y suavidad que proyectaban la humanidad griega en mármol. ¿Cuál es el efecto de esto en nuestro contexto? Una sociedad antiage, que se niega al paso del tiempo, que no sobrevive sin bótox para eliminar cualquier huella del efecto del tiempo en sus cuerpos, que cubre sus canas, que todo lo pule, con un hambre de “lo elástico” a cualquier costo. Como si no pudiese valorar una cicatriz, una arruga o una huella como testigos de una historia, de un relato, de un archivo.
Este mismo fenómeno podemos llevarlo a los espacios, al diseño, a los objetos, a los materiales, a los lenguajes de interiorismo y a la arquitectura, ya que van alimentando al sujeto y sus necesidades en el diario vivir. Desde una perspectiva alejada uno puede ir viendo cómo en distintos ciclos del tiempo, las viviendas fueron de hormigón armado con moldaje a la vista; los pisos fueron de mármol; los muros fueron “enchapados” en piedra; los ventanales de termopanel fueron cada vez más grandes -para que la inversión por metro cuadrado se perciba desde lejos-; y el bronce fue pulido una vez a la semana. Vimos paredes revestidas en láminas de madera con vetas exóticas, muchos juegos de luz con el “equipo escondido” o naves que no reconocen la escala humana y solo son calefaccionadas con un sobreconsumo de energía.
Ejercicios y soluciones visuales que han sido un reflejo generacional y sociopolítico; de estatus, de poder, de éxito, de “buen gusto” y del “deber ser”, en esa búsqueda implacable por la validación social, para pertenecer a un segmento que compite; en negocios, en superficies, en altura, donde la belleza de la mujer está asociada a una suavidad impoluta y donde la estética masculina está definida en una gama cromática opaca y una silueta heteronormada.
Hoy en día vivimos una crisis, una crisis mundial de escala mayor, donde se hace tangible la trasformación de paradigmas en el cambio generacional. ¿Será que podremos redefinir una nueva belleza? ¿Será que el nuevo concepto de “lo bello” redefinirá un nuevo lujo? ¿El valor simbólico de los materiales y de los objetos se reducirá tan solo al hecho del impacto en las funciones para los cuales fueron creados?
“En presencia de lo bello, el sujeto se agrada ‘a sí mismo’. Lo bello es un sentimiento autoerótico. No es un sentimiento de objeto, sino de sujeto. Lo bello no es algo ‘distinto’ por lo cual el sujeto se dejará arrebatar.
Al contrario que lo bello, lo sublime no suscita ninguna complacencia inmediata. En presencia de lo sublime, la primera sensación es dolor o desgana. Resulta demasiado poderoso, demasiado grande para la imaginación, esta no puede registrarlo, no puede compilarlo en una imagen. Así es como el sujeto se ve conmocionado y sobrecogido por ello”. (1)
Pues bien, hoy nos enfrentamos a un nuevo grupo que consume distinto, que mira, ama y se alimenta distinto, que se libra a pasos rápidos de prejuicios, de simbolismos, de reglas sociales, del género, del “deber ser”. Una generación que habita distinto, que tiene otros requerimientos de espacio, de confort, de altura, de luminosidad, de texturas y de color. Que puede digerir, validar y disfrutar un error en el material, una fisura en un muro, una erosión en el parqué, un cordón de soldadura macizo, el óxido en una pieza metálica, el deterioro de una pared de ladrillo o un abultamiento en el cielo raso provocado por la humedad de una gotera. Todas huellas del paso del tiempo y de la vida misma.
Y este “modo” no es más que un gran desafío para quienes estamos en el mercado creativo, a repensar la nobleza de los materiales por su sola existencia y no por su costo. A volvernos honestos con nuestras propuestas, en los detalles constructivos, en el mix de materiales de un proyecto, en la instalación de un artefacto eléctrico, en resignificar el pixel y el low-tech por sobre el 4K.
Estas variables podemos extrapolarlas a muchas capas de la vida, a pequeños detalles en nuestra rutina diaria que se transforman en ceremonias, a estímulos que nos llevan a tomar decisiones; decisiones formales y estéticas. Y es que efectivamente un objeto, un mueble o un artefacto interfieren en la vida de las personas, facilitando lo cotidiano desde lo racional o fundiéndose con nosotros en el uso específico.
Esto nos obliga a despojarnos de eso que nos impregnaron, de lo más primario, de eso que se llama culpa. Nos obliga a atrevernos, a desafiarnos, a tensionarnos, a vivir sin miedo. Sin miedo al color, a la forma, al vestuario, al maquillaje, sin miedo al amor ni a la crítica social, sin miedo al tiempo, a la vejez o la juventud, sin miedo a lo correcto o a lo incorrecto.
Y la problemática actual, está en delinear cómo abordar el efecto de las redes sociales en nuestra sociedad y el impacto de los “filtros”, donde cada uno puede construir una mejor versión de uno mismo. Lo interesante es plantearnos nuestro rol bisagra, en base a lo que construimos para los que vienen. A cómo mejorar nuestra capacidad de observación para poder satisfacer las necesidades visuales de un grupo específico y poder dejar un poco de lado la especulación.
Lo estimulante es poder conectarnos con nosotros mismos, con nuestro goce, con nuestro autoerotismo y poder levantar nuestro propio estándar de belleza. Una nueva bandera que puede ser exactamente como cada uno de nosotros queramos que sea, donde todo cabe y nada es juzgable. Quizás es tiempo de aplicar lo que planteó Junichiro Tanizaki en 1933 y valorar la sombra por sobre la luz, y así comprender finalmente que en la imperfección está la belleza. (2)
(1) Byung-Chul, Han. La Salvación de lo Bello. 2015
(2) Tanizaki, Junichiro. El Elogio de la sombra, 1933.